A un año de la juramentación de Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela y consciente de la travesía política que implica alcanzar la Libertad de nuestra nación, me permito volver a escribir unas líneas para describir el estado actual de las cosas.
La situación en Venezuela, como bien escribí hace un año sigue siendo una carrera contra reloj, pero a diferencia de aquel entonces, la oportunidad de alcanzar una transición política no se encontraba en la encrucijada que hoy nos agobia.
La situación política a nivel interno en rasgos generales no ha cambiado mucho, Nicolás Maduro y su círculo más cercano continua en Miraflores ejerciendo el monopolio de la violencia estatal; una violencia que desde hace años dejó de ser legítima y se ha tornado bruscamente en mera represión y persecución política. Del otro lado de la cera, la oposición venezolana sigue dividida y bastante desacreditada ante la titánica tarea de enfrentarse a la tiranía.
A nivel económico, consecuencia del cerco diplomático y financiero que la comunidad internacional ha articulado en contra de la administración de Nicolás Maduro, dada las irregularidades en el manejo de los fondos públicos, así como la aparente vinculación de este con el narcotráfico y el terrorismo; hemos sido testigos de una agenda informal de dolarización en el país.
Agenda que cobra fuerza dada la rotunda depreciación del Bolívar frente a la divisa norteamericana y que además facilitó en gran medida las transacciones económicas del país durante los apagones generalizados y la fuerte crisis eléctrica que azota al país desde el mes de marzo.
No obstante y pese a la creencia popular, la situación social no para de empeorar. Cada vez es más común ver deambular niños por las calles en condición de pobreza extrema, observar a cientos de venezolanos buscar en la basura algún bocado de comida (incluso a metros del palacio presidencial de Miraflores) y con un éxodo que hoy fácilmente podría superar la cifra de 5 millones de personas.
Frente a todo este escenario, solo hay una regla o constante en común: la incertidumbre. Las grandes expectativas que ambos bandos en cuestión arrojaron sobre sus seguidores y la ciudadanía no han hecho sino llenar de incertidumbre el escenario político nacional.
La falta de una comunicación asertiva por parte del interinato dada las limitaciones a la libertad de expresión y la creciente persecución a su equipo de trabajo ha dificultado a la estrategia opositora; por otro lado, el populismo, las promesas vacías y la aparente desconexión del discurso político de la administración de Nicolás Maduro con la realidad venezolana demuestran una falta de empatía y disposición a enmendar su fracaso.
Aunado a todo ello, hoy hay una realidad innegable cuando nos toca hablar del caso venezolano. Y es que hoy Venezuela es ficha de un juego geopolítico, cuyas muchas de sus variables escapan de nuestras manos.
La irresponsabilidad de los actores políticos nacionales, en especial de la administración de Nicolás Maduro ha involucrado a nuestra nación en un peligroso juego de carácter internacional; hasta ahora por dos razones aparentes: 1) el cerco financiero ha reducido sus ingresos y busca desesperadamente un cauce “legal” para hacerse de recursos y liquidez monetaria, 2) al hacerse parte de una estrategia geopolítica como la de Moscú, Pekín, La Habana, Ankara, Teherán, entre otros, pretende “diluir” la responsabilidad de sus actos a cambio de una aparente “solidaridad”.
Este juego lejos de mantenerse a nivel discursivo, se ha transformado en operaciones evidentes en beneficio de este grupo geopolítico. El apadrinamiento de fuerzas terroristas como Hezbollah, el ELN, la entrega de pasaportes y nacionalidad venezolana a factores claves en medio oriente, la búsqueda financiamiento y evasión financiera con ayuda de Rusia, la posible entrada al consejo de ministros del embajador cubano y ser la puerta de entrada para las inversiones chinas en la región, no son más que una pequeña muestra de ello. Situación que dificulta el margen de maniobra por parte del interinato, que frente a la apremiante situación busca refugio en Estados Unidos y Europa; transformando así la realidad nacional en una ficha más del panorama político global. Escenario que lejos de ayudar a los organismos multilaterales a resolver el conflicto, los ata de manos al igual que a toda la ciudadanía venezolana.
La tensión política a lo largo de este año es propia de una montaña rusa, altos y bajos picos han marcado esta dramática situación. Hace un año, definíamos como el primer y gran punto de inflexión entre Maduro y Guaidó el ingreso de la ayuda humanitaria. Situación que lejos del resultado esperado se transformó en una “victoria” para la administración de Nicolás Maduro, pues pese al esfuerzo coordinado por buena parte de la comunidad internacional, la frontera se mantuvo cerrada y el poco ingreso de la ayuda humanitaria en los meses posteriores fue bajo los términos de su administración.
Hoy sin lugar a dudas, se avecina otro gran punto de inflexión entre ambos polos: una futura elección parlamentaria a finales del año 2020. Un escenario que hoy mantiene alerta al mundo y apresura a ambas partes a afinar sus estrategias de cara a tan importante evento; además que su resultado, electoral o no, definirá en gran medida la situación política, económica y social de Venezuela en los próximos años.
¿Quién ganará? A lo que hoy podamos asegurar: nadie. El único que ha pagado las consecuencias de esta tragedia, de la crisis humanitaria compleja es el ciudadano venezolano. Vaticinar el triunfo de una u otra parte es irresponsable, por la volatilidad del escenario político nacional y global. Lo único por lo que debemos velar en esta pugna es por el ciudadano, por su bienestar y construir a través de la política un mejor futuro para ellos.
Desde hace un tiempo sostengo, “el tiempo nunca juega a favor de la libertad”. Solo el ejercicio de la libertad es garantía de sí misma. Y es que Venezuela sigue hoy expectante, en una carrera contra reloj, hambrienta, sufriendo los desmanes de la irresponsabilidad política y la arena que se desliza en este reloj, no representan segundos u horas, sino la esperanza de toda una nación, que no ve salida alguna en un futuro cercano.
Cabe preguntarnos entonces, ¿estamos frente a un escenario de transición democrática?, no, la transición en Venezuela hoy se encuentra en una peligrosa encrucijada entre la consolidación de la tiranía y la libertad.
Hoy ambos polos de poder reconocen esta situación; el interinato encabezado por Juan Guaidó está consciente del reto que implica perder la Asamblea Nacional en una arremetida electoral de carácter fraudulento frente a la tiranía, de allí su articulación con el Departamento de Estado en una agenda que busca posicionar a Nicolás Maduro como patrocinador del terrorismo, estrategia que permitiría a mediano plazo institucionalizar acciones más contundentes a la administración oficialista. Por su parte, Nicolás Maduro sigue firme en su decisión de desarticular a la oposición venezolana, en ganar tiempo para restar la credibilidad de la estrategia de Guaidó, para sortear las sanciones de Estados Unidos con apoyo de sus socios internacionales y sobre todo, sin dudar en usar la fuerza frente a toda acción que amenace el status quo.
Las elecciones parlamentarias serán un factor determinante y no necesariamente por el carácter electoral o sus posibles resultados. Sobre este tema en particular versará la narrativa de ambos grupos, sobre este tópico ambos contendientes harán pulso y no solos, sino con el apoyo indiscutible de cada uno de sus aliados, que de una manera u otra trabajarán para generar las condiciones que beneficien a su apadrinado: unos para sostener a Nicolás Maduro y otros para derrocarlo.
Frente a este complejo escenario, nuestra labor es velar en la medida de nuestras posibilidades por el bienestar nacional. El ejercicio de la ciudadanía es una tarea importante para garantizar una efectiva transición a la democracia, para trazar las líneas imperantes para el desarrollo nacional.
Hoy no podemos ser más espectadores, debemos ser parte de este momento histórico. Debemos seguir denunciando, seguir exigiendo, ofreciendo desde nuestro espacio propuestas para un asertivo cambio y sobre todo articular un discurso homogéneo frente a la clase que hoy dirige nuestro país: ¡Venezuela quiere libertad, no opresión, quiere desarrollo, no miseria!
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