Por: Joshua T. Céspedes
La noble idea de una Suramérica unida no es para nada novedosa y, lamentablemente no es tomada en cuenta con la relevancia debida en el debate político regional. El cliché que hoy subyace en la idea de una región trabajando codo a codo “frente al mundo, frente al imperio, frente a lo ajeno” ha saturado el discurso y la narrativa política suramericana a tal punto que ha desvirtuado y en ocasiones invitado a aborrecer cualquier agenda de cooperación.
No obstante, pese al desagrado que pueda arrastrar consigo esta idea, la cooperación sur-sur hoy debe superar el capricho ideológico y transformarse en una realidad estratégica para toda Suramérica.
Frente a un contexto de reacomodo global como del que hoy somos testigo, una agenda de cooperación en Suramérica es más que necesaria. Los crecientes conflictos entre Washington, Moscú y Pekín han sacudido por completo la mesa de juego, obligando a muchas naciones a tomar partido por uno u otro bando, en ocasiones sin tomar en cuenta el beneficio de sus ciudadanos, dada la presión de sus más cercanos aliados o la complicidad ideológica de sus gobernantes.
Suramérica no escapa de todo este paisaje, no es ajena a los cambios que puedan suscitar en el escenario político internacional, de allí que hoy nuestra región se encuentre en una encrucijada frente a un turbio panorama que poco favorece a los intereses locales. Muchos ya han tomado partido, otros se han hecho de la vista gorda, sin embargo, la cruda realidad es que la inmadurez y la falta de coordinación en materia de política exterior han involucrado a la región en un juego pernicioso para la salud de nuestras democracias e instituciones.
El resultado de ello ha sido consecuencia del capricho ideológico que ha cegado la toma de decisiones de carácter estratégico para la región. Suramérica históricamente ha estado atrapada bajo un absurdo ideológico que ha encapsulado el viejo esquema bipolar e impedido avanzar en la formulación de una agenda de cooperación práctica. Unos y otros siguen desempolvando los mismos viejos discursos para justificar su posición frente a este nuevo escenario.
Ya la cooperación sur-sur hoy no debe ser tomada como un capricho ideológico, sino como una realidad estratégica para el beneficio de los gobiernos locales. La mejor forma de que la región suramericana puede conseguir cierto margen de independencia en medio de este complejo reacomodo geopolítico es construyendo una agenda de cooperación regional; y si bien dista mucho el ejemplo de la Unión Europea, es una buena referencia del poder de negociación que puede conseguir un bloque político frente el dominio y la influencia de potencias globales.
Asegurar hoy que es posible la construcción de un bloque similar o al menos parecido a la Unión Europea en Suramérica es absurdo, sin embargo, negar las potencialidades que como región podríamos alcanzar si uniéramos esfuerzos es irresponsable y no por menos un despropósito para el futuro de una región entera.
La herencia cultural que compartimos gracias al legado de España es un pilar fundamental para el desarrollo de nuestra cultura como región. Este pasado en común no solo es un baluarte de consideración histórica sino una amalgama, un espacio de encuentro para cimentar una agenda de cooperación a futuro.
Son mucho más las semejanzas que las diferencias culturales que francamente impiden una interacción beneficiosa entre nuestros ciudadanos. El solo hecho de compartir la lengua es una increíble ventaja en materia de cooperación, es la cultura, la piedra angular para asentar este primer pasó.
Y si llegase a parecer poco la potencialidad del bloque tomando en cuenta solo el aspecto cultural, recordemos la infinidad de recursos naturales que compartimos y que poco aprovechamos para el fortalecimiento de una industria local. Suramérica es una fuente importante de materias primas, es un manantial de recursos codiciado por terceros e ignorado por sus dueños.
Hasta ahora, nuestros gobiernos locales no han sacado el máximo provecho de esta potencialidad. Cegados por un absurdo ideológico, por ideas contrarias al desarrollo y la Libertad han dificultado una cooperación sana y natural entre nuestras naciones.
Los mandatarios de turno, el liderazgo regional poco o nada han aprendido del fracaso y de la miseria que ha arrastrado consigo este absurdo debate en una región estructuralmente mucho tiene por resolver. Acostumbrados están al verbo y no a la acción, al discurso y no al trabajo, un pernicioso juego en el que la ciudadanía tiene todas las de perder.
Pese a las implicaciones y causalidades que arrastran consigo la discusión entre izquierda y derecha, el debate político que hoy amerita Suramérica debe girar en torno a los retos más significativos para el desarrollo político y económico. La corrupción, la desigualdad, el crimen organizado, la migración, son problemas que si bien esconden en gran parte de sus causas la irresponsabilidad de este infructuoso debate político, su pronta solución escapa de las manos este clivaje ideológico. Suramérica no necesita debate, necesita acción.
Debemos comenzar a trabajar bajo un sentido inequívoco de responsabilidad, debemos fortalecer nuestras instituciones, educar a nuestros ciudadanos, recuperar nuestro sentido de patriotismo y no por capricho, sino para comprender dentro de este contexto histórico la importancia de construir desde nuestro seno, desde Suramérica una vía al desarrollo y la Libertad.
Saquemos provecho entonces, no solo de nuestros recursos naturales sino de nuestro recurso humano, de nuestra historia, de nuestra cultura, seamos conscientes de nuestro gran potencial y construyamos una agenda de cooperación que impulse a nuestra región al desarrollo; el trabajo en equipo, la solidaridad como bloque será una gran ventaja para afrontar los retos y el porvenir; la cooperación sur-sur ya no es hoy un capricho ideológico es una necesidad estratégica.
Comentarios