Por @joshuatca
Una costosa lección que aún no aprendemos como suramericanos se traduce en la falta de objetividad para afrontar los retos como sociedad. El mezquino debate ideológico nos ha alejado por mucho de comprender la dimensión de los problemas.
En una ocasión, el Filósofo alemán Friedrich Nietzsche definió la objetividad como la suma de todas las subjetividades, dejándonos entrever la dificultad de apreciar los hechos en su más pura expresión. Por ello, sería igual de mezquino negar que el debate político encierra en sí mismo una gran carga ideológica, no obstante, hacer de esta un argumento para ocultar o deformar los hechos nos ahoga en el populismo.
Esta inoperancia política se ha traducido en un mediocre liderazgo que prefiere llorar sobre la leche derramada a encontrar soluciones eficientes a nuestros problemas.
La creciente acusación y desprestigio de la figura del Secretario General de la OEA, Luís Almagro por su constante preocupación por la generalizada crisis en Venezuela, es un ejemplo de ello.
Para nadie es un secreto, la crisis generalizada que hoy afecta a Venezuela; su trágica situación ha desbordado una migración exorbitante que ha tocado la puerta de los vecinos países en la región. Sin entrar en detalles, del porqué de esta penosa situación (a la cual dedicaremos nuestra atención en otro artículo). La dura acusación que recientemente ha pesado sobre el Secretario General de la OEA tras su petición de no descartar “una intervención humanitaria” en Venezuela, ha despertado no solo una ola de críticas a lo largo de la región (justas o no, no es el tema a ser debatido en este artículo), sino ha dado la oportunidad para cuestionar toda su agenda de trabajo en la región e incluso su carrera en el mundo diplomático.
En medio de todo este aluvión de comentarios (de toda índole), se olvidó algo importante; la premura con la que necesita ser atendida la crisis generalizada de Venezuela y sus fuertes consecuencias en la región. Pareciera que al liderazgo regional le importara más justificar posición alguna u otra que enfocarse en la construcción de una agenda de trabajo que beneficie a los más necesitados. Les parece más oportuno a unos recordar viejos fantasmas del pasado (el récord de intervenciones de Estados Unidos en la región) y a otros en apostar por la ayuda extranjera dada la falta de confianza en nuestras capacidades o la falta de voluntad regional para solucionar nuestros problemas.
La situación económica Argentina, es otro ejemplo de la tergiversación política regional. La desconfianza del mercado frente a la crisis económica es un hecho indiscutible; el arduo trabajo que ha hecho el Presidente argentino Mauricio Macri parece insuficiente bajo la mirada crítica del liderazgo regional. Las criticas llueven de lado y lado, exonerando de culpa al hueco fiscal que dejo el paso de la administración kirchnerista.
La férrea oposición política local, sumada a la falta de precisión en la política fiscal ha creado el clima perfecto para un espiral de escepticismo en la hermana república de Argentina. Este clima de desconfianza económica y política ha mermado el mercado argentino: la inflación, la constante devaluación del peso, así como la ola de protestas frente a las duras medidas tomadas por el tren ejecutivo, ha puesto a Macri bajo el escarnio público, como el responsable de este trágico episodio.
Esta bola de nieve, cargada de un excesivo gasto público, aumento generalizado de la pobreza, corrupción, inflación, polarización; pese que la responsabilidad hoy pesa bajo el mandatario argentino, comenzó con la administración Kirchnerista.
Exigir responsabilidad a nuestros funcionarios, no exonerar la culpa de unos u otros por alguna afinidad ideológica es nuestra responsabilidad como ciudadanos suramericanos. El credo político no debe ser excusa para evadir la responsabilidad pública.
La inagotable lucha contra el paramilitarismo, grupos irregulares y el narcotráfico, ha sido otro problema de seguridad pública regional que ha sido distorsionado por la venda ideológica del liderazgo regional. El control que ejercen estos grupos en las zonas fronterizas de Venezuela, Brasil y Colombia es culpable de atroces crímenes y violaciones en contra de los derechos humanos.
El acuerdo de paz firmado por Colombia y en su momento la guerrilla de las FARC, fue cuestionado duramente por la sociedad colombiana; no obstante su aprobación y la inmediata “disolución” en su mayoría de este grupo armado fue un paso significativo en la conquista de la paz en la hermana nación colombiana.
Las condiciones de estos acuerdos, no fueron, ni serán las más adecuadas. El conflicto interno y los estragos de esta situación dejaron huellas imborrables en la hermana sociedad colombiana. No obstante y en favor de la seguridad nacional y regional, la lucha contra la disidencia y el narcotráfico no puede ser catalogada como una afrenta a la paz.
Una agenda de paz que se hace de la vista gorda del narcotráfico, el asesinato y la corrupción; no puede construir Paz. Las violaciones de Derechos Humanos cometidos por estos grupos deben ser igual de penalizadas que los abusos cometidos por el Estado Colombiano por la desaparición forzosa de líderes sociales.
La seguridad es responsabilidad intrínseca del Estado, no importa los valores o el credo político asumido por la administración de turno.
La solución que hoy buscamos a los problemas regionales debe dejar de lado el irrisorio sesgo ideológico y afrontar los problemas en su justa dimensión. Los valores políticos deben ser guía de nuestras acciones, no un absurdo pretexto para desvirtuar el trabajo por el bien común.
Es nuestro deber como ciudadanos, derrotar el absurdo ideológico suramericano y apostar por la construcción de una cultura democrática que permita brindar soluciones oportunas a los problemas regionales.
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